
Por lo tanto, se considera la educación como un producto que
satisface una necesidad concreta y, una vez cubierta dicha necesidad, se vuelve
inservible. Pasando a buscar otros conocimientos que solventen nuevas
necesidades.
En esta modernidad líquida, ha surgido un nuevo concepto
conocido como “Síndrome de la Impaciencia”, éste hace referencia a que tanto en
la educación como en la sociedad, en general, las personas nos hemos
acostumbrado a satisfacer las necesidades en el momento en que nos surgen, nos
hemos vuelto impacientes. En este sentido, la educación se convierte en un
conocimiento ajustado al uso instantáneo y, por tanto, en una mercadería
mediante la cual se pueden “comprar” conocimientos para obtener beneficios.
Esta situación provoca una ausencia de educación como sinónimo
de desarrollo personal. Y permite la difusión de una gran cantidad de
información al alcance de todos los educandos.
Dentro de este contexto, la función de la educación hace
referencia a la capacidad para la selección de la información que se considera
válida y verdadera, y que permite a los educandos progresar en su desarrollo
personal. Porque... ¿realmente la concepción de aprendizaje que ofrece la
escuela, hasta este momento, es adecuada? Es evidente que no, cuando los
conocimientos que reciben los alumnos son olvidados con gran facilidad en un
corto periodo de tiempo y no son asimilados.
Desde nuestro punto de vista, la educación jamás ha tenido
como última finalidad conseguir objetivos a corto plazo, ésta es una concepción
errónea que lamentablemente se ha ido generalizando y aceptando en la sociedad
como verdadera. Nuestra función como pedagogas será cambiar esta concepción, la
cual nos ha hecho llegar a la situación en la que nos encontramos ahora. Debemos basar la educación en el
aprendizaje de conocimientos para la vida, y no únicamente para la escuela.
Por ello, el fin de la educación es hacer a los educandos seres capaces de
entender el mundo en el que viven.
No hay comentarios:
Publicar un comentario