Paulo Freire es uno de los pedagogos más significativos del
siglo XX. En su trabajo “Pedagogía del
Oprimido” nos muestra las dos vertientes educativas que un profesional de
la educación puede tomar en su tarea como educador.
Por un lado encontramos lo que él denomina “Educación
bancaria”. Ésta conforma un tipo de educación que se basa en llenar, como si de
un recipiente se tratara, las mentes de los educandos de todos aquellos conocimientos
que el educador es capaz de transmitir. Esta educación está caracterizada por
la narración, por parte del profesional, y por la memorización, por parte de
los aprendices; por lo que, en este sentido, considera a los educadores como
los sabios e inteligentes dentro del sistema educativo y a los educandos como
seres ignorantes.
Por otro lado, Paulo Freire aporta otro tipo de educación, la
“Educación problematizadora”. Este modelo determina que la intervención del
educador se debe basar en ayudar al educando a hacerse preguntas sobre la
realidad, sobre su entorno y sobre los problemas que en el mismo acontecen. En
este sentido, la función básica que tiene la educación es promover la
liberación de los pensamientos de los educandos y, por tanto, otorgarles a
éstos un papel activo dentro del proceso educativo. Así, se establece una
relación horizontal entre el profesional y el aprendiz donde no existe la
superposición de una figura por encima de otra.
Teniendo en cuenta estas posturas contrariadas que Freire
analiza, nosotras relacionamos la “Educación bancaria” con la enseñanza que
nuestros padres, madres y abuelos han recibido y que, desde hace tiempo, se
pretende cambiar. Y es que, ¿una educación opresora, basada en el silencio y la
obediencia, se puede considerar como buena educación? Nosotras consideramos que
no, una enseñanza que provoca impotencia, rechazo y malestar en aquellos que la
reciben jamás puede contribuir al desarrollo positivo de las personas sino todo
lo contrario; y esto es lo que nuestros progenitores han vivido. Por ello, es
esta misma razón la que nos lleva a concluir que, con dichos objetivos y
resultados, ésta no es ni será jamás la educación del progreso sino del
retroceso de toda aquella generación en la que se implante.
De lo contrario, y para evitar que esta educación obsoleta
perdure, pensamos que la existencia y transmisión de la “Educación
problematizadora” es esencial y totalmente necesaria en el ámbito educativo
actual. Ésta pone luz y verdad al fin único de la educación, la transformación
del mundo. Y es que, en este sentido, nosotras nos preguntamos: ¿la enseñanza
es realmente útil si no da cabida a la duda, al cambio y a la capacidad crítica
de las personas? Es evidente que no, los seres humanos debemos dar uso a
nuestra capacidad de reflexión y nuestra creatividad, lo que también facilita
en los educadores un continuo proceso de aprendizaje. Solo así, la educación
conseguirá formar personas capaces de actuar sobre el mundo y poder mejorarlo;
y si esto se aplica en los más pequeños podemos llegar a crear mentes muy
prodigiosas. Es este modelo el que les permite desarrollar una de las
características más bonitas, su imaginación y aplicarla a su realidad.
En definitiva, estamos en la educación del progreso y está
en nuestras manos, como futuras pedagogas, que este progreso se haga realidad.
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